6/12/10

¿Qué le importan ahora esas recriminaciones de fantasmas?



F
urioso por haber buscado la singularidad y haberse complacido en ella, aspirará a la desaparición, al anonimato, y esto, paradoja de las más desconcertantes, en el momento mismo en que ya no tiene ninguna afinidad con nada ni con nadie. Tomar como modelo lo vulgar es todo lo que el escéptico desea en ese punto de su caída en que reduce la sabiduría al conformismo y la salvación a la ilusión consciente, a la ilusión postulada, es decir, a la aceptación de las apariencias como tales. Pero olvida que las apariencias no son un recurso, a menos que se esté lo bastante obnubilado como para asimilarlas a realidades; a menos que se goce de la ilusión ingenua que se ignora; ilusión que es justamente el patrimonio de los otros y cuyo secreto él es el único en ignorar. En vez de tomar partido, él, el enemigo de la impostura en filosofía, se dedicará ahacer trampa en la vida; persuadido de que, a base de disimulaciones y de fraudes, llegará a no distinguirse del resto de los mortales a quienes tratará inútilmente de imitar, pues todo acto exige un combate contra los mil motivos que tiene para no ejecutarlo. El peor de sus gestos será concertado, resultado de una tensión y de una estrategia, como si tuviera que tomar por asalto cada instante, a falta de poder sumergirse en él naturalmente. Se crispa y se debate en la vana esperanza de enderezar el ser que ha dislocado. Su conciencia, como la de Macbeth, está devastada; él también mató al sueño, el sueño donde descansaban las certezas que se despiertan y vienen a atormentarlo y a perturbarlo.Y lo perturban, en efecto, pero como no se rebaja a tener remordimientos, contempla el desfile de sus víctimas con un malestar suavizado por la ironía.


¿Qué le importan ahora esas recriminaciones de fantasmas?




Emile Ciorán, El esceptico y el barbaro, La caída en el tiempo