16/6/11

¿?


A nadie le cuesta demasiado entender la diferencia entre pregunta y respuesta ni conocer sus respectivas funciones y usos. Ambas suponen un problema, asimismo son las piezas por las cuales regulamos el devenir de nuestro pensamiento, son movimiento. Sin pretender ser demasiado originales ni confeccionar una hermosa respuesta satisfactoria al respecto, hay un detalle que no deberíamos olvidar a la hora de abordar este problema: para comprender el valor de una respuesta debemos considerar que la preguntas nunca se clausuran, estas pueden también preguntarse sobre si mismas.

Establecer una pregunta es mirar lo desconocido, es observar a través de la luz del asombro o la necesidad. Normalmente, las preguntas, suelen ir acompañadas de una respuesta, a pesar de que estas le sirvan solamente de placebo. La particularidad de las respuestas reside en que su aplicación complementa el movimiento iniciado por la preguntas y sirve de base para que otras nazcan. Considerando esta afirmación provisoria como respuesta, no es difícil justificar la contingencia inherente a las mismas. Cuando hablamos de “preguntas filosóficas” no estamos haciendo más que admitir la potencialidad de la duda y el estatus provisorio de las respuestas. La pregunta filosófica no se detiene ante la respuesta, mas bien la utiliza. La pregunta nunca deja de preguntarse a si misma. La diferencia que establecemos al rotular una pregunta como “filosófica”, habilita a la existencia de otro tipo de preguntas que no lo sean. Siendo así ¿en que consiste una pregunta no filosófica?, ¿Tendríamos que entender que una pregunta normal, es aquella que se cierra en una respuesta univoca?

Cuando estudiamos filosofía, quizás, notamos que la mayoría de los autores comparten esta especie de premisa indagatoria y entendemos a un nivel básico que nuestro estudio se estancaría si asumiéramos una respuesta en forma concreta. Pero este tipo de convicción no debería ser una revelación para los iniciados de ninguna disciplina, pues de hecho tampoco podríamos asumir la respuesta de pensar las preguntas de esta manera. La pregunta es la fuerza que dirige a nuestro pensar y eso debería resultarnos casi evidente sin la necesidad de creer en ninguna respuesta ni mediar o catalogar la forma en que preguntamos. Sin embargo muchas veces, al dar una respuesta sobre algún tema (en este caso concretamente sobre un texto de filosofía) tratamos de expresarla de manera que parezca lo mas académicamente correcta, respetando en forma casi dogmatica, el pensamiento del autor. Muchas veces cometemos la equivocación (caso en el que me incluyo casi al punto de tomarme como ejemplo) de invocar respuestas sin considerar las preguntas que de ellas puedan surgir. Con esto no solo me estoy refiriendo a que lo estudiado no suscite la duda en nosotros, sino también a la clausura de las posibles ramificaciones que puede haberse preguntado el autor. Sea por el miedo a la equivocación o por simple incomprensión al hacer esto estamos, de alguna manera, sofocando e inmovilizando al pensar y como todos sabemos la quietud y el ahogamiento son sinónimos de la muerte. ¿Como preguntar? Seria entonces una buena pregunta que hacernos, la respuesta provisoria que más me convence es:

nunca dejando de preguntar.